Las próximas elecciones del Parlamento Europeo del 6 al 9 de junio de 2024, tendrán lugar en un contexto donde las condiciones sociales se están deteriorando para grandes cantidades de ciudadanos. Según diversas encuestas, casi la mitad de los europeos admiten enfrentar dificultades financieras para llegar a fin de mes.
El 90% de la población experimenta temores relacionados con la pobreza y la marginación social. Este miedo hacia el futuro está peligrosamente impulsando el ascenso de la derecha neofascista. En algunos países ya han alcanzado el poder gubernamental, mientras que, en otros, ya están tocando las puertas del poder, marcando un giro significativo en el escenario político.
La lucha contra la derecha radical, contra el antisemitismo, el racismo y la misoginia, por el humanismo y la solidaridad internacional es y sigue siendo una obligación moral y cultural. No valen las evasivas, ni evitar responsabilidades, ni acuerdos políticos.
Para vencer a la extrema derecha se requiere más de lo que el antifascismo liberal tradicional está dispuesto a ofrecer, es decir, se requiere la eliminación de la desigualdad social y las condiciones de vida precarias. Esto implica: salarios dignos, protección del estado del bienestar, igualdad de derechos para las mujeres, vivienda asequible y adecuada, y servicios públicos eficientes y accesibles, desde salud y educación, hasta el transporte público.
Un derecho fundamental es también vivir en un medio ambiente sano para las generaciones presentes y futuras. Las consecuencias de la crisis ecológica provocada por el sistema capitalista de producción, impulsado por el lucro y la acumulación, han alcanzado ya a las sociedades privilegiadas del Norte global. Aparte de los negacionistas del cambio climático de la derecha radical, existe un consenso sobre la eliminación progresiva del uso de combustibles fósiles y por una transición a una economía ecológica y respetuosa con la naturaleza.
Esta transición ecológica hacia la sostenibilidad ambiental y la digitalización requiere un cambio radical que no puede ser impuesto por minorías vanguardistas, sino que debe ser aceptado por la mayoría de la población como parte de sus propias prioridades. Para lograrlo, este cambio debe ser equitativo, brindar seguridad social y estar moldeado democráticamente. En última instancia, se trata de saber que intereses tienen prioridad en esta reestructuración: si los intereses de los dueños de las grandes fortunas o los de la gran mayoría de la población asalariada.
La clase dominante está bien conectada a nivel europeo. Puede utilizar los tratados europeos, el Banco Central Europeo, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que está temporalmente suspendido, pero listo para ser reactivado.
Por lo tanto, los asalariados y los movimientos sociales deben organizarse también a escala europea para luchar por posiciones de contrapoder.
Los europeos no acostumbran a someterse al deterioro de sus condiciones de vida sin oponer resistencia. Así lo han estado demostrando las grandes movilizaciones en Francia contra la reforma de las pensiones de Macron, las huelgas y manifestaciones en Reino Unido, Portugal, España, Bélgica, República Checa, Rumanía y otros países.
Los partidos de izquierda y el Partido de la Izquierda Europea han apoyado estas movilizaciones. También apoyan la campaña de la Confederación Europea de Sindicatos para acabar de una vez por todas con las políticas de austeridad y participaron activamente en la jornada de acción sindical a escala europea del 13 de octubre.
El Partido de la Izquierda Europea y los eurodiputados de izquierda respaldan todas las reformas que puedan facilitar la vida de las personas: la demanda de un Protocolo de Progreso Social que priorice los derechos laborales y sociales por encima de las libertades del mercado interno. También la propuesta de Yolanda Díaz para medir indicadores sociales al mismo nivel que los desequilibrios macroeconómicos en el marco del “Semestre Europeo”, el cual es el ejercicio anual para coordinar la política económica europea.
No subestimamos los avances logrados por los eurodiputados de la izquierda en el Parlamento Europeo, como la directiva sobre el salario mínimo y la directiva sobre la transparencia salarial entre hombres y mujeres. También fueron razonables la suspensión del Pacto de Estabilidad y Crecimiento por parte de la Comisión Europea, y la asignación de fondos para la reconstrucción tras la pandemia y para la transición ecológica y digitalización por parte de la UE, también fueron medidas acertadas. No se debe retroceder en esto.
Pero no nos hacemos ilusiones. Para una Europa social, ecológica y feminista, necesitamos nuevos tratados de la UE, una construcción diferente de la Unión que tome como vara de medición el empleo, la sostenibilidad ecológica, la seguridad social y los derechos de las mujeres, en lugar de la libertad de los mercados. Conseguirlo será una larga lucha.
La cuestión de “más” o “menos” Europa es errónea. La pregunta correcta es: ¿qué tipo de Europa queremos? A pesar de la ampliación de la voz del Parlamento Europeo, la UE sigue estando dirigida por un sistema poco transparente de burocracia y tecnocracia, en cuya cúspide se reúnen los Jefes de Estado y de Gobierno en las Cumbres para negociar débiles compromisos entre los particulares egoísmos nacionales. Pero esto no basta para resolver los grandes problemas de Europa. Prueba de ello fueron las numerosas víctimas evitables de la pandemia y la incapacidad de la UE para desarrollar una política de asilo e inmigración respetuosa con los derechos humanos y solidaria. Qué se recuerde: ¡la UE será democrática o no será!
Todas las políticas en Europa están hoy ensombrecidas por la guerra en Ucrania y su posible expansión. La tragedia desencadenada por el ataque ruso no debe hacernos pasar por alto las guerras que se libran simultáneamente en Palestina, Kurdistán, Armenia, Siria, Yemen y muchos otros lugares. El Papa tenía razón cuando calificó esta situación de “guerra mundial en pedazos”.
Son siempre los pueblos, la clase trabajadora, las mujeres y los hombres quienes pagan las guerras y los programas de armamento de los gobernantes.
Un año de guerra en Ucrania. A pesar de los miles de víctimas, millones de refugiados y cientos de ciudades y pueblos destruidos, no se vislumbra ninguna decisión en el campo de batalla. Poco impresionada por ello, Ursula von der Leyen anunció en su discurso sobre el estado de la Unión que apoyaría la continuación de la guerra “durante el tiempo que sea necesario”. Entrega de armas en lugar de iniciativas de paz, en eso se redujo su discurso.
El mundo se ha convertido en un polvorín nuclear. Europa y sus vecinos están a punto de proporcionar la mecha para que explote.
Joschka Fischer, ex Ministro de Asuntos Exteriores alemán y destacado político verde, escribió recientemente en un periódico austriaco: “Ahora es el tiempo de la guerra. Armar a Europa tiene la máxima prioridad, todo lo demás debe esperar: la rehabilitación de los presupuestos públicos o nuevos programas sociales” (Joschka Fischer, Der machtpolitische Nachzügler Europa, en “Der Standard”, 6 de septiembre de 2023).
A su manera, tiene razón. Pan o armas, ¡esa es la elección que hay que hacer!
La izquierda debe expresar claramente su opción. Exigir a los gobiernos y a la UE, que se encuentran entre los principales apoyos de Ucrania, unas iniciativas políticas para poner fin a la guerra, para un alto el fuego, para las negociaciones y la retirada de las tropas rusas.
La guerra nos ha planteado una elección clara. Podemos permitir que Europa se transforme en un continente regido por las armas, donde se enfrentan ejércitos hostiles, dispuestos a aniquilarse en cualquier momento. Ninguno de los ambiciosos objetivos de una transformación social y ecológica se alcanzará en estas condiciones. Sin embargo, Europa también puede emprender el difícil camino de una disminución de la confrontación militar en un sistema de seguridad común europea, en el que la seguridad de cada uno esté garantizada por la seguridad de todos. Este es el camino que propone la Izquierda Europea.
La política social, la política de paz, la política europea debe ponerse en manos de quienes tienen que soportar sus consecuencias, los hombres y las mujeres que dependen de los salarios y los jóvenes que temen por su futuro ante la crisis medioambiental.
El avance de los partidos neofascistas en toda Europa son señales de alerta para toda la Izquierda Europea. Ahora, más que nunca, debemos reconocer nuestra responsabilidad de enfrentar a la derecha neofascista con una izquierda sólida, basada en la solidaridad y enraizada en los colectivos, las comunidades locales y los territorios.
Walter Baier fue Presidente Nacional del Partido Comunista de Austria (Kpö) de 1994 a 2006. Actualmente es Presidente del Partido de la Izquierda Europea.