El cambio climático del planeta y la sindemia de Covid, que sigue cobrando víctimas, son dos caras de la misma moneda. No se pueden separar.
Nos hablan del aspecto destructivo que ha asumido el desarrollo capitalista hoy y al mismo tiempo nos hablan de las formas en que se manifiesta esta destrucción. No habrá una hora X con el fin del mundo o con la desaparición de la especie humana en la tierra. Habrá un deterioro de las condiciones de habitabilidad del planeta que provocará escasez de agua potable, hambrunas, inundaciones, migraciones, racismo, guerras, nuevas pandemias.
En otras palabras, no es la muerte de la que debemos tener miedo, sino el deterioro imparable y exponencial de la vida y de las relaciones sociales es de lo que debemos temer. El desastre medioambiental no es un problema sectorial, que afecta al medio ambiente, sino que está destinado a provocar dentro de poco una progresiva catástrofe de la civilización humana, empezando por la occidental. Una catástrofe que, por supuesto, afecta más duramente a los más frágiles y más débiles económica y socialmente a partir de los pueblos y países de las periferias, de las clases subalternas en general, de los emigrantes, de las mujeres.
Necesitamos un cambio rápido y radical
Esta situación exige una respuesta rápida y radical, como las que se aplican en tiempos de guerra. Las clases dirigentes, que se han dado cuenta del problema, lo afrontan tratando de hacer rentables las producciones compatibles con el medio ambiente y de expulsar del mercado las producciones contaminantes. Incluso si se practica con mayor rigor que el actual, esta respuesta en términos de economía capitalista ecológica va a durar demasiado tiempo para evitar la catástrofe. A pesar de todas las demás consideraciones, el cambio que desean es dramáticamente demasiado lento. Se basa en el mismo paradigma que nos llevó al desastre.
Se trata, por lo tanto, de tener procesos de reconversión ambiental y social de las producciones y de la economía que sean mucho más rápidos que los previstos por el presidente del Bce o por la Comisión Europea. Se trata de comprender, hasta el fondo, que una economía basada en el beneficio es incompatible con el mantenimiento de un equilibrio medioambiental en el planeta.
El empuje propulsor del capitalismo se ha agotado
El capitalismo ha tenido el mérito histórico de haber aplicado la ciencia a los procesos productivos, dando lugar a un gran impulso al desarrollo tecnológico y, por tanto, al aumento de la productividad del trabajo. Este desarrollo ha causado enormes sufrimientos sociales, pero también una mejora global de las condiciones de vida de los seres humanos. Este dato, caracterizó los últimos tres siglos de vida de la humanidad, en el que el capitalismo y el movimiento obrero se enfrentaron. Este elemento contradictorio, pero progresivo, terminó con la aparición de los efectos generales de la era del antropoceno. El desarrollo capitalista se ha vuelto progresivamente incompatible con el equilibrio medioambiental del planeta. La “destrucción creativa” de Schumpeter se ha vuelto cada vez más “creación de la destrucción” de un sistema que destruye la naturaleza, patenta y privatiza la vida, induce pandemias cada vez más frecuentes, produce desigualdades cada vez más macroscópicas e inaceptables. La misma búsqueda del aumento del Pil que guía a nuestros gobernantes como señal de recuperación después del Covid, está destinado a agravar los problemas y es en definitiva incompatible con la vida humana en el planeta.
El empuje propulsor del capitalismo se ha agotado. El modo de producción capitalista basado en el beneficio ya no es capaz de producir bienestar, sino que produce destrucción y barbarie. No mañana, sino hoy, como lo demuestra el caso del Covid y la respuesta miope de las clases dirigentes fundada en la patente de las vacunas y en la centralidad del beneficio de las multinacionales. Vamos contra un acantilado y necesitamos rápidamente invertir el rumbo, cambiar completamente el paradigma.
La revolución es el “freno de emergencia de la historia”
Marx, que había reconocido con razón que el capitalismo había puesto las condiciones contradictorias para que la humanidad saliera de la escasez económica. Marx, que tenía ante sus ojos el enorme potencial del capitalismo y no podía prever las dimensiones del aspecto destructivo, hablaba de la revolución como la “locomotora de la historia”.
Pienso que no hacemos mal a Marx si hoy hacemos nuestra la reflexión de Walter Benjamin que en cambio habló de la revolución como un “freno de emergencia de la historia”.
Se trata de parar para cambiar, no de acelerar para cambiar.
Fuera de la metáfora ferroviaria, que tiene su eficacia, me parece evidente que nuestra propuesta de un plan de drástica reconversión medioambiental de la economía y de las producciones, un plan público sustraído por razones de eficacia a la lógica del beneficio, debe ir acompañada de tres puntos decisivos.
La alternativa
En primer lugar, la redistribución de la riqueza. Porque la reconversión de la economía y de las producciones no se puede descargar sobre las condiciones de vida de las capas populares, de tener el consentimiento para poder hacerlo. La redistribución de la riqueza es la condición del protagonismo social en la reconversión medioambiental, especialmente en los países occidentales y en nuestra Europa.
En segundo lugar, la redistribución del trabajo. El aumento de la productividad del trabajo debe dar lugar a una drástica reducción del tiempo de trabajo y no a un aumento de las mercancías producidas. Demercificar nuestra existencia, ampliar la satisfacción de las necesidades sociales a través de la producción de valores de uso que no toman la forma de mercancías es un punto decisivo para superar el beneficio como principio organizador de las relaciones sociales.
En tercer lugar, la socialización del conocimiento y de la ciencia. Hoy el capital domina la creación a través de la apropiación privada de los frutos de la investigación científica y transforma la naturaleza misma en mercancía manipulable y en ocasión de lucro. Sobre el monopolio de los frutos de la ciencia se basa la producción de riqueza, el poder y, en cierto modo, el prestigio, la hegemonía del capital. Al mismo tiempo, vemos resurgir en las plazas formas de irracionalismo mágico y ascientifico que no creíamos que pudieran volver. La socialización de la ciencia – y, por tanto, del poder que de ella se deriva – es una articulación fundamental para afrontar de forma racional los problemas de la humanidad y para poder resolverlos.
Paolo Ferrero, director de Quistioni, es vicepresidente del Partido de la Izquierda Europea. Fue secretario nacional del Partito della Rifondazione Comunista, Italia, y ministro del Welfare en el segundo gobierno Prodi.